Cardíaco.

jueves, 11 de septiembre de 2008

...era entonces tal la belleza de esta silueta, que volteé la mirada hacia el alrededor. Me encontré en un ambiente repleto de vacío, de una completa blancura, que en su total pulcridad me brindaba una sensación de terror más que de paz; causaba dolor en mis huesos. Estupefacto y atemorazido giré mis ojos más rápido que mi cuerpo para enfrentarme nuevamente a aquella figura, y esta vez pude ver. Con claridad se presentó ante mi un alma lleno de bondad, desbordando caricias que se acabarían, sobrado de cariño.
Quizás debí haber deseado; quizás fue ese el momento en que el terror se apoderó de mi.
Pude sentir el pulso realentizándoce, la última ráfaga de oxígeno. En un último feliz grito agónico, enmudecida terminó mi existencia.

Impregnada en mi retina, una foto de mi amada.

Publicado por WHP en 3:37 0 comentarios

de cemento y alcohol.

jueves, 31 de julio de 2008

Si me paro en una esquina a ver pasar las sustancias que componen un barrio, con suerte me encuentro una sonrisa en el reflejo de una ventana rajada. A veces, caminando por una zona alejada y sintiéndome casi perdido (no del todo, porque a pesar del desconcierto sigo un camino), me encuentro con una lágrima en el umbral de una puerta y el cuerpo acurrucado de alguna joven, triste. Son imágenes que devuelven a mi ser la idea de alegría en el mundo, como una sensación de ayuda mas que de desprecio hacia el otro, pero sin llegar a sentir nada realmente.
Bajo un techo de gotas que amenazan estrellarse contra el suelo un viejo apura el paso, como intentando escapar de lo inevitable. Una puteada en la parada del bondi descubre el alivio de alguien que cansado de esperar ve la silueta de tres números que significan mucho más que orden o transporte. Adentro, sentado en el fondo, ese personaje del que siempre quise escribir una historia, el buen padre; esto lo leo en los ojos de su hija, porque nadie sabe ser padre, y mucho menos ser bueno. Un kiosquero le niega una compra a un cliente, se niega una venta a si mismo; ambos se encabronan por la falta de monedas, que golpean el depósito de la máquina del 112 mientras su chofer grita que le den un asiento a la embarazada. Pienso en la falta de compañía, en el arco iris que no veo, y en que estoy llegando tarde una vez más. Repienso.
Si camino temprano y en sentido contrario al mundo, me encuentro a mi mismo, o al menos a esa parte de mi que me gusta saludar de vez en cuando, mas no sea sólo para compararlo con el retrato que tengo pintado en el espejo. Como sea, siempre hay humo de por medio, quizás para poder esquivar un rostro con excusa, o sólo para tener una risa ajena o un quehacer propio. Los días grises siempre suelen ser más propicios.
Alguien grita la palabra del hombre, escrita por el hombre pero redactada por Dios para aquellos que tienen fe. Lamentablemente esa fe no parece superar la barrera de la mera creencia, ocupando un espacio de vacío en mentes que ni siquiera se atreven a preguntar. Una nenita le pide monedas a un chico que sentado lee una novela inglesa y hacia abajo se reparten estampitas. Hay un santo bocetado en este dibujo, aunque sus facciones se asemejan más a las de un ser infernal. De entre sus túnicas un cura le roba el hígado y se lo arroja a los niños del coro. El diezmo superó el diez por ciento y en los números se registran los 25 centavos para el vino del borracho que duerme en la puerta de la iglesia, justo abajo del cartel de AA. En la plaza sigue el griterío y en la calle un parto. En las vías del tren sólo un cadáver y en la estación bronca, nunca tristeza.
Si despierto en mi casa me siento sucio, el desayuno sabe a cigarrillos y en la ducha el agua siempre sale fría. Por la ventana trato de buscar otro lugar donde vivir, pero encuentro sólo techos de chapa oxidada y los ladridos de un perro (lo escupiría, pero está muy lejos). Si duermo en mi casa estoy cómodo, aunque rara vez cálido. Si en una esquina una mariposa me saluda con sus alas, maniático se va a ver mi rostro en risa, entre babilónicas ideas de supervivencia y asombro ante tal acto inesperado, que quiebra el cemento. El comienzo de un buen día.
En el segundo piso me arrojo contra la pared y corriendo al lado mío pasa algún vecino. Ninguna de las puertas me son satisfactorias, mejor desde el cordón de la vereda observo lo que no me dejo ver. El ciego con su bastón y el policía que aprendió a ignorar pero nunca dejó de ser ignorante. También la vieja con la bolsa del supermercado pregunta si la ayudan a cruzar; por suerte su senilidad la conduce. Al banco entra un alto ejecutivo sonriendo por la concreción de un plan, y a la vuelta despojan de sus ahorros a una clienta que acaba de retirarlos. La contaminación no es parte de esta ciudad porque ya es parte de nosotros, el dinero no es importante porque siempre hace falta y los alimentos no llenan ningún estómago porque se acumulan en las billeteras de la alta.
Si me preguntan por una calle no contesto con seguridad, porque ni este barrio ni aquella localidad merecen nombres de asesinos y libertadores, doctores y maestros, climas y condiciones. Por el mundo simplemente no respondo, porque con cada aprehensión consciente cambia la mezcla, ya que no hay sustancia homogénea para definir algo, y aún menos para precisar el todo en parte.

Publicado por WHP en 2:12 0 comentarios

Tormenta

sábado, 6 de octubre de 2007

La noche se había apoderado de la ciudad, y en forma más precisa de aquella esquina. El olor del pucho medio aplastado levantado de la mugrosa vereda tapaba el hedor del sorete que estaba a su lado. A mitad de cuadra, un tubo de luz escondido en el hall de algún edificio descartable fallaba y era toda la iluminación artificial de la manzana, al menos en su intermitencia le daba algo más que ver. Parado, con la espalda contra una pared de ladrillos fumaba y en su cerebro se fundían espacios vacíos con su genio. Miró el cielo, abrió el paraguas y esperó la lluvia. Llegó la mañana siguiente, pero no la más próxima.
Presionó el pulsador esperando que la luz del pasillo se encendiera, pero fue traicionada por la costumbre. Cuidadosamente y tanteando las paredes, subió los primeros 12 escalones con sus tacos percusionando contra cada uno. Se quitó los zapatos para escalar los próximos dos pisos y continuó. Dedujo cuál era la llave correcta y con la yema de sus dedos inspeccionó la puerta hasta encontrar la cerradura. Entró. Un miau apagado y el suave pelaje acariciando sus piernas sirvieron de bienvenida.
Despertó súbitamente quizás culpa de un mal sueño, o de aquel ensordecedor aunque distante ruido que venía de afuera. Levantó la persiana y supo que ya había amanecido. Miró la cama vacía y nunca supo que ella yacía tiesa pero acompañada en el sillón del living. Asomó la cara al frío de la madrugada y girando su cabeza observó al siberiano del vecino aullando, acompañando lo que parecía ser la bocina de un barco. Miró hacia abajo y el hueco del edificio se alzó infinito a medida que ascendía. El viento azotó su cara, el frío cristalizó sus ojos, la falta de oxígeno comenzó a agotarlo... y de repente la primer gota de lluvia de esa gris mañana de otoño lo golpeó como una maza, devolviéndolo nuevamente al tercer piso. Inhaló. Exhaló. Repetidas veces. En su garganta se amontonó un recuerdo que se materializó como una instantánea en su retina. Las ojeras se inundaron de lágrimas. Volvió a la cama y se acurrucó bajo la frazada. Por la ventana se colaban gotas de la fuerte lluvia.
Una figura matemáticamente perfecta, adornada con ojos verdes y amarillos, y una larga cabellera dorada se paseaba envuelta en fina tela color negro sobre dos imponentes taco-aguja. El barrio no le pertenecía, y ella no pertenecía allí. Tampoco a ese crudo otoño. Pero estaba cerca de un saludo amistoso y una mirada afectiva... quizás de una sonrisa. La permanencia de cada relámpago en la espesa y constante humedad transformaban por segundos la solitaria noche en una monocromática mañana. Imaginó un diluvio, el fin de los tiempos. Sonrió.
Creyó ver pasar una esbelta silueta, pero de seguro no era más que eso, no para él. Estaba convencido que ya no faltaría mucho. Aún cuando parecía el mismo cigarrillo, el viento sabía cuantas colillas había arrastrado con cada brisa. Él seguía fumando, y creía que era ayer. No sabía cuando, pero conocía una de esas mañanas del mañana. Un punto congelado en su mano le advirtió sobre las primeras gotas. Finalmente, Tormenta.
Frío, humedad, goteras, alcohol, humo y polvo. Un animalejo escondido en algún lugar apartado de la casa, ya no jugaba con los insectos que paseaban por el suelo. La depresión se había transformado en curda y abandonó esa idea de suicidio, no creía en un paraíso, no con semejante clima. Hizo rebotar su cuerpo hasta la cama y su cabeza encajó en la almohada como bola ocho al cerrar una mesa. Lo alegró el próximo despertar, sólo por un instante, antes de entregarse a la inconciencia.

Un sucio abrecartas sirvió de mástil para una bandera ensangrentada.
***



Nota del autor: Este cuento está constituído por 6 puntos (párrafos) de una misma línea de tiempo, pero no responden a la misma. De esta forma, el "cuento" puede ser leído empezando por cualquiera de estos puntos seguido por cualquier otro. El último párrafo-oración funciona a modo aclaración y es el único que no debería ser movido, aunque el lector podría prescindir de él (ya que el autor no tuvo el valor de hacerlo).

Publicado por WHP en 6:46 0 comentarios