de cemento y alcohol.

jueves, 31 de julio de 2008

Si me paro en una esquina a ver pasar las sustancias que componen un barrio, con suerte me encuentro una sonrisa en el reflejo de una ventana rajada. A veces, caminando por una zona alejada y sintiéndome casi perdido (no del todo, porque a pesar del desconcierto sigo un camino), me encuentro con una lágrima en el umbral de una puerta y el cuerpo acurrucado de alguna joven, triste. Son imágenes que devuelven a mi ser la idea de alegría en el mundo, como una sensación de ayuda mas que de desprecio hacia el otro, pero sin llegar a sentir nada realmente.
Bajo un techo de gotas que amenazan estrellarse contra el suelo un viejo apura el paso, como intentando escapar de lo inevitable. Una puteada en la parada del bondi descubre el alivio de alguien que cansado de esperar ve la silueta de tres números que significan mucho más que orden o transporte. Adentro, sentado en el fondo, ese personaje del que siempre quise escribir una historia, el buen padre; esto lo leo en los ojos de su hija, porque nadie sabe ser padre, y mucho menos ser bueno. Un kiosquero le niega una compra a un cliente, se niega una venta a si mismo; ambos se encabronan por la falta de monedas, que golpean el depósito de la máquina del 112 mientras su chofer grita que le den un asiento a la embarazada. Pienso en la falta de compañía, en el arco iris que no veo, y en que estoy llegando tarde una vez más. Repienso.
Si camino temprano y en sentido contrario al mundo, me encuentro a mi mismo, o al menos a esa parte de mi que me gusta saludar de vez en cuando, mas no sea sólo para compararlo con el retrato que tengo pintado en el espejo. Como sea, siempre hay humo de por medio, quizás para poder esquivar un rostro con excusa, o sólo para tener una risa ajena o un quehacer propio. Los días grises siempre suelen ser más propicios.
Alguien grita la palabra del hombre, escrita por el hombre pero redactada por Dios para aquellos que tienen fe. Lamentablemente esa fe no parece superar la barrera de la mera creencia, ocupando un espacio de vacío en mentes que ni siquiera se atreven a preguntar. Una nenita le pide monedas a un chico que sentado lee una novela inglesa y hacia abajo se reparten estampitas. Hay un santo bocetado en este dibujo, aunque sus facciones se asemejan más a las de un ser infernal. De entre sus túnicas un cura le roba el hígado y se lo arroja a los niños del coro. El diezmo superó el diez por ciento y en los números se registran los 25 centavos para el vino del borracho que duerme en la puerta de la iglesia, justo abajo del cartel de AA. En la plaza sigue el griterío y en la calle un parto. En las vías del tren sólo un cadáver y en la estación bronca, nunca tristeza.
Si despierto en mi casa me siento sucio, el desayuno sabe a cigarrillos y en la ducha el agua siempre sale fría. Por la ventana trato de buscar otro lugar donde vivir, pero encuentro sólo techos de chapa oxidada y los ladridos de un perro (lo escupiría, pero está muy lejos). Si duermo en mi casa estoy cómodo, aunque rara vez cálido. Si en una esquina una mariposa me saluda con sus alas, maniático se va a ver mi rostro en risa, entre babilónicas ideas de supervivencia y asombro ante tal acto inesperado, que quiebra el cemento. El comienzo de un buen día.
En el segundo piso me arrojo contra la pared y corriendo al lado mío pasa algún vecino. Ninguna de las puertas me son satisfactorias, mejor desde el cordón de la vereda observo lo que no me dejo ver. El ciego con su bastón y el policía que aprendió a ignorar pero nunca dejó de ser ignorante. También la vieja con la bolsa del supermercado pregunta si la ayudan a cruzar; por suerte su senilidad la conduce. Al banco entra un alto ejecutivo sonriendo por la concreción de un plan, y a la vuelta despojan de sus ahorros a una clienta que acaba de retirarlos. La contaminación no es parte de esta ciudad porque ya es parte de nosotros, el dinero no es importante porque siempre hace falta y los alimentos no llenan ningún estómago porque se acumulan en las billeteras de la alta.
Si me preguntan por una calle no contesto con seguridad, porque ni este barrio ni aquella localidad merecen nombres de asesinos y libertadores, doctores y maestros, climas y condiciones. Por el mundo simplemente no respondo, porque con cada aprehensión consciente cambia la mezcla, ya que no hay sustancia homogénea para definir algo, y aún menos para precisar el todo en parte.

Publicado por WHP en 2:12 0 comentarios