Masacre de Vangelis
domingo, 10 de junio de 2007
Campanas, cada vez más fuerte. Oscuridad, y notas tétricas producidas por un viejo órgano llegan hasta mí. No me dan miedo, sino una sensación de nostalgia, de soledad, de tristeza. Asoma el recuerdo de una desaparición, escala desde las llanuras más bajas de mi alma, para calarse finalmente en esta sensación falsa... y apoderarse.
No quedan los recuerdos de un amor, como quedan las cenizas de un incendio. No quedan más rastros de carne en los cuerpos que supieron arrojarse a la lujuria. Lo infinito se vuelve ya alcanzable si la muerte ha sabido encararnos.
Las simpleza, esa simpleza que representaba nuestras delicias, ya son sólo momentos aburridos. A veces una sonrisa nueva, algo muy similar a un poco más de veneno.
Y hoy aquí, en la casa del Señor, vengo a ofrecer mi perdón por las mentiras que he decidido cargar. Vengo a ofrecerme a las almas de cada uno de los presentes, aunque ellos aún no lo sepan.
La tragedia ha de ser el momento más feliz de todos aquellos que por esta son asesinados, sin embargo, quienes logran sobrevivirla son los que realmente la sufren, son las verdaderas víctimas.
¡OH Dios! ¿Por qué dejaste que yo sea una victima?
Es aún más doloroso, no reconocer la tragedia. Acaso fue la idea o el hecho, quien perece o quien resiste el culpable, el pasado o el recuerdo.
Comienzan los disparos, las heridas del Cristo crucificado vuelven a sangrar con la sangre del hombre. Un rió de seres atormentados recuerda al Estigia.
El arma está en mi mano, pero aún no puedo asegurar que yo se el culpable y no ellos. Sólo hice lo que pidieron. Ya nadie toca el órgano (¿será esta falta de belleza musical la tragedia?).
Si yo no soy culpable, ¿habrá sido la mujer que amaba la culpable de su propia tragedia? (¿o estaré hablando en realidad de mi tragedia?) Culpar a Dios sería demasiado desmerecer su obra, sería una simpleza tan falta de verdad, tanto como rezar por un nuevo y mayor amor.
Cuerpo y sangre de cristo fluyen en mí. No busco perdón, sólo una reafirmación.
¿Seré yo el culpable de sostener el arma contra mi paladar? Es muy difícil, no saber a quien culpar.
El último sorbo de veneno, una sonrisa por las muchas almas que se encaminan al paraíso, una lágrima por aquellos que las sufrirán. Un disparo más, para que se conozca al culpable. Llegaré firme ante el Señor, y con infinita humildad habré de oír su voz.
Etiquetas: ficcion cuento